«Las cosas que te atraen de una persona son muchas veces las mismas que acaban alejándote de ella».
La frase me la recuerda un amigo de vez en cuando y al parecer se la solté un día cualquiera, así que en un doble mortal de yoísmo, hoy me cito a mí misma porque esas palabras también me sirven para resumir una relación no tan dramática como algunas sentimentales, de las que supongo que hablábamos entonces, pero potente para mí: la que mantengo en estos momentos con mi excedencia.
Hace bastantes meses que no voy a la oficina porque tras la baja de maternidad decidí quedarme un año en casa para cuidar de mi hija y, aunque ese periodo aún no ha acabado, tenía ganas de escribir sobre el tema, un poco por terapia personal y un mucho porque creo que compartir estas cosas puede ayudar a quien esté en un camino parecido.
Pensaba hacerlo, eso sí, en dos entregas, una para los pros y otra para los contras, pero por cada cosa buena que se me ocurre aparece, como correspondencia, otra que no lo es tanto. Y al contrario. Creo que tiene todo el sentido, porque si algo sé a estas alturas sobre la maternidad (y paternidad, si queréis) es que marida perfectamente con palabras como dualidad, ambivalencia, contradicción, paradoja, bipolaridad… En fin. Vayamos por partes:
La rutina
Apartarse del mercado laboral es una oportunidad de parar, una ruptura absoluta con la rueda diaria de metro, tupper, café de máquina y bolso a rebosar. Pero, inevitablemente, supone la adopción de otra rutina distinta, la de la vida con un bebé, con sus rituales cambiantes pero exigentes, con su horario a menudo caprichoso y, por supuesto, con muchísimo trabajo, ¿o qué pensabas, bonita?
Por otro lado, si ya la palabra rutina no nos lleva precisamente a pensar en novedad, la del trabajo en casa es especialmente mecánica y cuando te das cuenta de que has escurrido la balleta un millón de veces en la misma mañana o de que aún no has podido ducharte pero has cambiado cuatro pañales y barrido ya tres veces para que tu bebé no se intoxique comiendo cosas del suelo, algunas veces, te entran ganas de gritar muy fuerte. La repetición puede ser asfixiante. Por fascinantes que sean los bebés.
Además, aunque tus horarios ahora sean un poco menos rígidos y no tengas que fichar ni que rendir cuentas a nadie, tu nuevo jefe no negocia horas ni días libres porque es totalmente imprevisible, y la jornada laboral dura mucho más de ocho horas. Básicamente, porque no acaba nunca. Trabajar en casa es como vivir en la oficina. Ves a la gente entrar y salir, trabajas en equipo muchas veces, pero tú no te mueves. Y ya que estás en la oficina, ¿por qué no seguir currando?
El tempo
Una de las cosas que más me han sorprendido de estos meses han sido las estaciones del año. Literalmente. Vivir cerca de un parque me ha dado la valiosísima oportunidad de dar miles de paseos a horas muy distintas. He sido consciente de lo mucho que te distancias de algo tan simple cuando estás metido en el horario laboral y me he sentido agradecida, mucho, a cada paso. He podido mirar a mi alrededor y disfrutar de mañanas de parque vacío y silencioso, de los diferentes colores de las hojas, de la luz brillante del invierno en Madrid, del rebosante despertar de la primavera, de…
¡Vale, vale, vale!
De vez en cuando también echo de menos las calles estrechas, el movimiento del centro de la ciudad, los edificios más altos, el autobús, los frenazos, caminar a paso ligero e incluso correr, la prisa, los adultos y hasta a algún que otro maleducado de los que empujan en el metro.
Las conexiones
Interrumpir un aspecto de tu vida es también una manera de romperte un poco los esquemas, de forzarte a repreguntar por las cosas que importan y en cierto modo reconectar. Además, estar casi todo el día con una persona que no habla o cuya conversación es limitada o ininteligible, por razones evidentes, te da algunas oportunidades de escuchar tus propios pensamientos, de reconocerlos al menos, de mirar un poco hacia dentro.
Pero no nos confundamos: esto solo pasa a ratos, y hay que aprovecharlos, porque alejarse del mundanal ruido para cuidar a un hijo no es precisamente un retiro espiritual. Así que también puede ocurrir que de repente te mires en el espejo del baño y no te reconozcas, que no seas capaz de recordar cuándo te depilaste las cejas por última vez o ¡ese pelo del bigote! Que el sueño y el cansancio te lleven a no encontrarte entre la persona que fuiste y la que eres ahora. Que no seas capaz de dar con el momento exacto en el que pasaste a no conocer a NINGUNO de los grupos de música del siguiente festival de moda.
Los recursos
Soy consciente de que haber podido acogerme a una excedencia implica el privilegio de poder vivir con un único sueldo, que es algo que muchísima gente ni se puede plantear. Yo he podido hacerlo y eso ya es muchísimo; pero ha sido a costa de renunciar a muchas cosas y de asumir que venía una temporada muy apurada económicamente.
De vez en cuando me pesa mucho, sobre todo en lo que respecta a depender económicamente de otra persona, pero al mismo tiempo, y gracias también a varios años de precariedad, me he dado cuenta de que no necesito tantas cosas como pensaba hace tiempo, y de que necesitar menos también te hace un poquito más libre. De todas formas, me queda mucho camino, no soy un ejemplo de austeridad, y reconozco que en algunos momentos he fantaseado con concursos de esos en los que tienes una hora para fundirte la visa en un centro comercial. A mí, me sobraría tiempo. Para poner una lavadora, hacer un caldito…
Los referentes
No soy mi madre. Y, porque mis circunstancias son distintas, no me ha compensado económica ni emocionalmente estar una larga jornada fuera de casa como sí pudo ocurrirle a ella, que se reincorporó al mundo laboral con una hija pequeña, pero también con un sueldo y una posición que le permitieron, no solamente atender todas mis necesidades sino, un poco después, las de dos hijos más sin dejar de realizarse ni de sentirse valorada profesionalmente. Hubo un gran esfuerzo, no lo dudo. Y renuncias. Pero también una recompensa tangible.
Y tampoco mi abuela. Aunque en cierto modo mi día a día actual se parece mucho más al suyo. No dudo de que ella (ellas) tuviera sus propios dilemas y conflictos personales; la diferencia es que yo no me había preparado para esto. Que por respetable que me parezca la profesión de ama de casa (sí, profesión), por pensada y consensuada que haya estado mi decisión y por mucho que en casa las tareas se repartan entre dos adultos de una manera que considero justa, yo no acabo de vivir esta etapa sin cierto conflicto. De querer estar en dos sitios a la vez. Aquí y ahora y también ahí fuera.
Y al final…
El principio de todo esto. Algo para lo que de verdad no he encontrado opuesto. Que no tiene cara B. Y es que solamente escuchándome y asumiendo, con amor además, todas mis dudas y contradicciones, he podido asistir de cerca a este espectáculo que es el primer año de vida de una persona. Eso es algo que me he regalado, que siento como un logro incluso cuando más agobiada estoy y que, por encima de todo, espero haberle regalado también a mi hija.
Eso gana a todo lo demás. Aunque un paseo cualquiera de un día cualquiera me haya llevado a la puerta de una ludoteca para pedir plaza. Solo unas horitas. Porque necesito un rato para mí. Porque hay una manera de ser consecuente con todas las contradicciones que me han traído hasta aquí.
(Foto 1: Mi lavadora. Gif: Betty Draper, la perfecta ama de casa de Mad Men)
¡Me ha encantado! En realidad, creo que cualquier etapa de la vida es así de contradictoria, pero la maternidad en especial parece que amplifica todas las sensaciones a unos niveles brutales. Bravo por expresarlo así de bien, me da muuuucho que pensar para estos paseos con el pequeñín!
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Muchas gracias, Nadius!! Me alegro mucho de leer esto, porque a veces me da miedo estar contando cosas muy obvias. Sé que no descubro nada, pero también creo que somos una generación que ha llegado a una madurez que no se parece a lo que nos habían contado. Y que no viene mal pararse a intentar entender dónde estamos… Por contradictorio que sea, 😉
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