Despedida

Me picó un pez venenoso. Di un paso, dos y al otro su púa, la primera o la última de las tres que tenía, se me inyectó en la planta del pie. Un veneno sutil pero certero que hizo que la punzada se repitiera, picante y pesada hasta el puesto de la Cruz Roja y mucho más tarde de eso todavía, ya de noche y sin orilla ni mar. Veneno caliente que se disuelve con calor, la mancha verde de mora que con mora verde se quita. El amor, que con amor se paga. Y así me fui al apartamento. Coja y con una sensación extraña, de augurio de final de vacaciones, de fiesta que se acaba. De sombra.

Luego se pasó. Solo fue un rato, una mañana de sol y nubes,  milímetros acorchados de piel.  Quizás un pez con la cresta arrugada. Una punta de alfiler roja en una planta de pie cualquiera.

No fue nada. Pero qué dolor que fuera en mi primer baño del verano. Que por un momento pareciera que acababa.

El pez enterrado, color arena, y el pie que viene volando, lento flotando, contento, y se le inyecta en la espina dorsal. Se le clava.  Él que se despliega, pelo de pincho, tres púas. Yo que me quedo parada. Ojos muy abiertos. Los suyos y los míos. Esto no ha pasado. Este es mi primer baño y no, este verano no se acaba. Por lo menos hasta septiembre, el 22. Cuando el otoño haya dejado ya alguna pista y yo por fin le tenga ganas.

Adiós verano. Gracias.

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