Escapada

Cerró la puerta del baño y arrastró con ella un montón de juguetes. Piezas de puzle, brazos de plástico y cubos de madera se quedaron amontonados al otro lado. En otro mundo. Abrió el grifo y reprimió un conato de atragantamiento, pues también había abierto la boca; una bocanada como de respirar porque hasta ese momento no cayó en que se moría de sed. Y pis. Se hacía pis, pero tampoco fue consciente hasta el primer contacto con el agua. Venga, solo unos minutos, total ya soy experta en duchas rápidas.

Pero ni puede ni quiere y no aguanta.  Deja que pase.

Y el líquido caliente se empezó a mezclar en su muslo con el agua fría con la que se estaba espabilado. Y aunque no tenía tiempo y no podía hacerlo, del alivio fue a tumbarse, hizo que el agua cambiara de grifo, aumentó la temperatura, puso el tapón y cerró los ojos. Subió la marea y sólo quedaron fuera las puntas de sus hombros y de los pies. El agua rozó el mentón y el plafón del techo, esa luz como de nevera rota, crujiente, es ahora un sol gigante. Agua en la cara, que viene una ola, chapuzón rápido, con gafas y todo. También desde el baño de su piso, con esa concha de adorno comprada en los chinos, se oye el mar. Perfectamente. Es un mar caliente, un poco sopa, que en el norte ella no se relaja ni es capaz de mojarse el pelo. Humedad de trópico, pulmones empañados, cara roja de poros abiertos . La toalla nunca se seca, así que ella la usa a toques rápidos, sin mucho miramiento, que no llegue el frío al trópico aunque no se quite del todo la arena.

Empieza a oír mamá, pero en el armario queda crema de coco, un bote enano de aquel viaje a esquiar. Puede que esté caducada. O puede que alguien, fuerte, la extienda por su espalda y aspire su nuca y le diga… Otro trago de agua, que en esta zona se puede beber del grifo. El caso es que se nota otra cara. Le han sentado bien las vacaciones más cortas del mundo.

Cubos de madera, brazos de plástico, piezas de puzle. Voooooooooooooooy.